El desconcierto está a la orden del día. Nada sabe bien para donde va nada, y la población absorta, observa como los dirigentes no saben, nunca, que hacer. No importa si se trata de la pandemia, de la deuda externa, de la comunicación, o del precio del repollo, toda medida tomada al respecto, se contradice con otra que le sigue, seguramente en no más de 24 horas.

El tema de la política exterior argentina es paradigmático. Si dos prioridades deberían regir hoy la línea de esa política exterior son: conseguir vacunas y solucionar el problema de los vencimientos más próximos de la deuda. El gobierno lo entiende, se aboca a ello en el marco de sus posibilidades, el problema es el cómo.

El embajador argentino en Israel, Sergio Urribarri, era el encargado de negociar la provisión de las exitosas vacunas israelíes para nuestro país, algo que es de vital importancia. Pero el estado de Isreal entró en guerra con el grupo terrorista Hamas y la cosa se demoró.

Cuando llegó el alto el fuero, oportunidad para retomar las importantes negociaciones, la Cancillería argentina saca un comunicado condenando el uso de la fuerza por parte de Israel y tras cartón, se suma a un grupo de países en la ONU, que investiga a Israel por presuntos crímenes de guerra.

Imagínese el lector al pobre Urribarri y su capacidad actual de negociación por las vacunas en el país hebreo. En el mejor de los casos podrá conseguir algún veneno.

Pero además, Israel es el aliado fundamental de los países occidentales en Medio Oriente. Y el presidente Alberto Fernández, se mandó una gira Europea hace solamente unos días, visitando líderes de Europa Occidental para que lo ayuden con la deuda, el Club de París y el FMI. 

En su visita, no pudo ver a Angela Merkel, algo poco promisorio, dado que Alemania es referencia ineludible, en todo esto, es el banco de Europa, la potencia económica de mayor peso. Pero Fernández pudo resolverlo, consiguió una videollamada con Merkel y aparentemente, al menos en lo protocolar, obtuvo algún apoyo con el objetivo de la deuda.

Pero el día después, en la ONU, votó contra Israel, al contrario que Alemania, que votó a favor de no realizar ninguna investigación contra su aliado estratégico. Comprendamos: Argentina es para Alemania un molesto país tercermundista que se la pasa mangueando y después mandándose cagadas, e Israel es un aliado estratégico vital para los intereses europeos en la zona mas conflictiva del planeta.

De modo que, si el gobierno no tiene información privilegiada sobre que Hamas cuenta con una vacuna aprobada por ANMAT y además puede pagar la deuda por nosotros, no se entiende que hizo. O minimiza las consecuencias de un gesto que va a tenerlas, o disocia las cosas como si no se relacionaran, lo que demostraría una lectura infantil de la política internacional.

Esta claro que no se desconoce que puede ser cierto que Israel cometió excesos o aun más, en su conflicto con Hamas. Pero la Argentina tiene que establecer un orden de prioridades: o la protección sanitaria y el progreso económico de su pueblo, o la denuncia contra las fuerzas israelíes, pero es obvio que ambas cosas no son posibles. Si todos estuviesemos vacunados y nuestra gente en progreso, todos marcharíamos con el gobierno adonde fuese para investigar hasta la más mínima violación de derechos en el conflicto que fuese, pero mientras nos estemos enfermando y muriendo por falta de vacunas y cayendo en la pobreza y la indigencia por nuestros problemas financieros, vamos a estar mas ocupados en esas egoístas temáticas.

El gobierno porteño

El gobierno porteño no es ajeno a la incoherencia y el extravío. El jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta, formó parte, en todo 2020, del grupo de "cerradores de toda actividad" por el temor a la enfermedad. Justificado o no, notó que eso lo perjudicaba electoralmente y largo el 2021 mostrándose mas cercano a la libertad de circulación, de empresa, de trabajo y de educarse.

Incluso, inició una pelea terrible con el gobierno nacional, para mantener comercios abiertos y clases presenciales, que llegó hasta la Corte. Y ganó. Pero dos semanas después, decidió acompañar al gobierno nacional en un cierre total y en la suspensión de las clases.

Fueron 9 días, tiempo que, coinciden los epidemiólogos, no sirve para nada, o son al menos 15, o no hagas nada. A los 9 días, volvió a abrir todo, los chicos otra vez al cole y acá no pasó nada. Pero sí pasó. A los comerciantes que casi fundieron el año pasado, 9 días los mata. No trabajar los fines de semana, los mata. Porque es cuando la gente que trabaja de otra cosa puede dedicarse a consumir en sus locales.

Si el fundamento fuese de salud pública, puede entenderse que es una clásica decisión política consistente en seleccionar de entre dos males posibles, el menor, en este caso, que no se le desborden las camas de terapia. Pero ¿9 días? ¿Y con eso ya está? Y si no está ¿para que fue?.

¿Que se ganó con someter a los pobres trabajadores escenciales que viven en Provincia y trabajan en CABA o viceversa, a dos horas de cola para ir y otras dos para volver, cada día? ¿Y con las madres que no pudieron ir a realizar sus trabajos esenciales porque otra vez sus hijos estaban en casa y no pueden recurrir a nadie para que los cuide?

Suena a completo disparate lo que ocurrió. "La Ciudad hace todo con datos científicos" se la pasa repitiendo Larreta, bien, sería interesante escuchar la explicación científica de esto. Y ahora volvemos todos a lo de antes, salticando y tomados de la mano. No!.

La dirigencia política, sin distingos de ideología o partidos políticos, está a la deriva, perdida como "turco en la neblina", sin rumbo, sin lógica, sin otra línea que la incoherencia, y atrás, todos nosotros como un barrilete al viento caprichoso del extravío.