No vamos a profundizar mucho, sépase. Probablemente seamos aquí bastante simplones y reduccionistas, pero a priori, buena parte de los filósofos clásicos han debatido sobre la bondad o la maldad, como elementos propios de la naturaleza humana.

Immanuel Kant por ejemplo, postuló que “el hombre es por naturaleza malo”, en su obra “La Religión dentro de los límites de la mera Razón”. El pensador, sostiene que las personas conocen la reglas morales, pero las ignoran si es un su beneficio personal. 

Tiempo después, Jean Jacques Rousseau, escribió en excelente francés que: “lo que hace al hombre esencialmente bueno es tener pocas necesidades y compararse poco con los demás; lo que lo hace esencialmente malo es tener muchas necesidades y atenerse mucho a la opinión”.

Interesante. Atenerse mucho a la opinión es lo que termina ocurriendo en las redes sociales. Haga lo que uno haga allí, esta buscando esa opinión, sea que esta resulte el fin último o no. Por eso las personas utilizan filtros en sus imágenes, sonríen eternamente y postulan allí sus mejores virtudes.

Es cierto, en la vida cotidiana también buscamos exponernos al mundo exterior, con la mayor virtud posible. Nos peinamos antes de salir de casa y, de contar con tiempo, incluso nos bañamos. Nos vestimos de acuerdo a la imagen que queremos dar. De hecho, muchas personas se maquillan, para verse mejor.

Pero no es menos cierto que el sometimiento a la masividad, en nuestra vida cotidiana es escaso. Las personas se cruzan con su vecino, sus compañeros de trabajo y en el mejor de los casos, sus colegas de autobus. En la redes sociales, el recaudo es mayor, porque la exposición es, simplemente, a todo el mundo.

Todos expuestos a todos. Eso explica el esmero en parecer personas agradables, felices, sexys e incluso pulcros, salvo en el caso de ciertos artistas para los que la carencia de higiene personal resulte un componente virtuoso.

El caso es que dicha exposición termina teniendo un doble impacto complejo. Porque incluso con toda la virtud y felicidad difundida, nos econtramos con otras personas, que prefieren usar las redes con el fin de agredir a otras personas. Algo que fuera de las redes tiene un cariz diferente.

Para poner un simple ejemplo: si camino 10 cuadras por Palermo es difícil que algún desconocido me detenga para informarme que me estoy quedando calvo. Alguien tal vez registre mi presencia en mi recorrido, y si le llamo la atención, reflexione por unos segudos “pobre hombre esta perdiendo el cabello”. Fin de la historia.

Ahora bien, si me expongo a millones en redes sociales, la mayoría de ellos con la seguridad de la distancia y el anonimato, la naturaleza del hombre se potencia en su peor rasgo. Podré ser una persona físicamente agraciada, usar ropa bonita, mostrar virtudes acrobáticas, pero, serán muchos los que indiquen: “ehhh pelado”.

En las redes sociales se exacerba la psicología de masas y por otro lado lo mas abyecto de la naturaleza humana, que detecta la necesidad de aprobación, el sometimiento a la opinión ajena, y apunta sobre ella con el fin de solazarse con el padecimiento producido.

Tanto respecto a las agresiones, como a todo tipo de relacionamiento, las personas dicen en las redes, lo que no dirían en un cara a cara. Los que sostienen que las redes se usan para “levantar” lo hacen porque en ese ámbito resulta menos doloroso un rechazo o incluso porque frente al mismo, puede reaccionarse con un insulto, algo que en la vida real es un tanto mas complejo porque uno puede hacerse acreedor a un mamporro.

En definitiva, el diálogo de redes sociales, es la prueba inmanente de que el ser humano es “esencialmente malo”. Ningún fin puede alcanzarse llamando a una dama “gorda”, o burlándose de sus padeceres o menospreciando a sus hijos o su vida. Y es lo que constantemente presenciamos. La única satisfacción que puede obtenerse de eso, es saciar la propia sed de agredir, algo propio de seres malvados.

Es cierto, el mundo se redujo a nada, nadie esta lejos de nadie, las redes redujeron el planeta. Creemos que presenciamos y compartimos la vida de otros con los que nos gustaría relacionarnos. Todos sabemos todo al momento que ocurre. Pero también se ha agigantado la intolerancia, se ha dado cobertura a nuestra peor versión, se ha multiplicado el maltrato. Los especialistas dicen que esto daña a los adolescentes, y seguramente lo hace mas que a las personas maduras, pero nadie, nadie, es idemne a la agresión sostenida.