Los frascos de las vacunas tienen tres palabras dramáticas: fecha de vencimiento. Y seis números aún más dramáticos: 08.2021. En la ciudad holandesa de Leiden, alerta The Washington Post, “90 pequeñas cajas blancas que contienen miles de dólares de la vacuna AstraZeneca” están a punto de caducar. ¿Por qué no son enviadas a otros países? Porque, por razones legales y logísticas, los Países Bajos no pueden donarlas. En Israel, agrega el Post, 80.000 dosis de Pfizer-BioNTech vencieron en julio. Polonia eliminó 73.000 de varios fabricantes. Mientras Argentina y otros países esperan la segunda dosis de Sputnik, Eslovaquia devolvió 160.000 a Rusia.

El sobrante de unos contrasta con la emergencia de los otros. Sólo Carolina del Norte, Estados Unidos, dispone de 800.000 dosis con fecha de vencimiento inminente mientras apenas el 2,2 por ciento de la población de África había recibido la primera dosis a finales de julio. En África expiraron el 9 de agosto 469.868 dosis de varias marcas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Liberia perdió 27.000. Malawi, 20.000. No se trata sólo del precio, de unos 20 dólares por unidad en Estados Unidos, sino del costo para la salud cuando hasta tres dosis parecen ser las necesarias para atemperar el flagelo.

Inquiere sin vueltas el Financial Times, de Londres: “¿Qué sistemas políticos o líderes han manejado mejor la pandemia?”. Repuesta unánime: ninguno. Primero eran las mujeres, como la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y la canciller de Alemania, Angela Merkel, frente al desdén de presidentes como Donald Trump y Jair Bolsonaro convencidos del impacto mínimo del coronavirus. Después pasaron a ser los gobiernos de los países que batieron récords de vacunación, como Israel y Chile, pero cayeron de nuevo en el caos de brotes y rebrotes. Ninguno, finalmente, resultó eficaz. La otra pandemia, la del malhumor, ganó las calles.

Entre el pasaporte verde o sanitario para ir a la peluquería y otros sitios en Francia y el final de la gratuidad de los testeos en Alemania, el largo año y medio de restricciones desató la ira de unos y el sabor a poco de otros en 17 países de economías robustas auscultados por el Pew Research Center. El encierro, como si se tratara de una corrida de toros, tuvo su correlato en la ideología, así como en la decepción de la mayoría frente a la arbitrariedad o la impericia de sus gobiernos. La vacunación “lenta y desigual”, con la propagación de variantes peores que las iniciales, lleva a muchos a estallar en insultos frente a todo y frente a todos.

¿Ineficacia o impotencia? En Estados Unidos, según el estudio, son mayores “las divisiones ideológicas entre la izquierda (demócratas) y la derecha (republicanos)”. ¿Quién no despierta cada mañana con la ilusión de volver a la normalidad sin mascarillas ni distancia social ni alcohol en gel para mantener a raya el peligro que ha llevado a millones a la agonía y a la tumba o la cremación? El coronavirus no distingue entre ideologías o clases sociales. Los griegos de extrema izquierda, por ejemplo, se emparentan con los franceses de extrema derecha en contra de los encierros, “un pretexto para restringir los derechos y libertades democráticas”.

Paradojas de estos tiempos. Desde los cierres draconianos de China hasta las prevenciones de Italia cuando comenzó la pesadilla. El Día de la Libertad en Inglaterra, proclamado el 19 de julio por el primer ministro británico, Boris Johnson, en contraste con las pavorosas y tediosas estadísticas de internaciones y muertos, resultó ser una utopía frente a un rito cotidiano teñido de ideología. El del capítulo sanitario y el económico, infiere la periodista brasileña Sylvia Colombo en The New York Times: “La salud y la ideología no son una buena combinación”, afirma en relación a la preferencia del gobierno argentino por la vacuna rusa Sputnik y las chinas en desmedro, inicialmente, de otras de origen norteamericano, como de Pfizer-BioNTech, Moderna o Janssen.

No era cuestión de ceder a los “caprichos de laboratorios extranjeros”, como bramó el diputado Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidenta Cristina Kirchner. De la ideología pasaron a la soberanía sin escalas después de haber superado con creces la cifra fatídica de los 100.000 muertos en Argentina.  El cóctel de dilemas falsos y desconfianza en el sistema, usual en otros confines, lejos está de develar si la peste surgió en un laboratorio o en una sopa en Wuhan, China. “¿Prima la desconfianza en la vacuna o en el sistema?”, se pregunta Carme Colomina, investigadora principal del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob).

“La desinformación y el negacionismo, la batalla por el relato y la influencia global, así como la debilidad de gobiernos y las instituciones, fruto de la erosión democrática, han alimentado la polarización política de la pandemia y se reproducen ahora en el proceso de vacunación”, explica Colomina a tono con la organización First Draft, encargada de poner en blanco sobre negro las verdades y las mentiras. Que las hay a raudales después de haber minimizado a coro con Trump y Bolsonaro el impacto innegable de la crisis sanitaria. La campaña contra la vacunación creció sólo en Ucrania un 157 por ciento. Creció en igual proporción el malhumor global.

Jorge Elías

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