Primero se negó. Alberto Fernández está enojado, no quiere ni verlo a Horacio Rodríguez Larreta. Cree que lo dejó solo, como muchos gobernadores, opositores, pero también oficialistas. Pero lo convencieron, no se vería bien no recibirlo en este contexto.

"Decile que venga así no llora por televisión, pero las medidas siguen, ni un paso atrás", habría dicho el presidente en tono elevado a uno de sus colaboradores que intentaba una suerte de mediación.

De tal modo, mañana a las 10 de la mañana, Horacio Rodríguez Larreta estará en Olivos, tratando de alcanzar un consenso que no va a producirse a menos que sea el gobernador local el que retroceda y acepte las restricciones.

Desde el punto de vista político, más allá del rechazo de muchos sectores sociales a las nuevas restricciones, el primer análisis que se hace en el gobierno es que Alberto salió fortalecido, tomando el toro por las astas y mostrándose enérgico, cuando la imagen de ser controlado por la vicepresidenta era una mala señal.

Al contrario, la posición complaciente de Larreta, el rechazo discursivo a las medidas que su propio electorado rechaza, pero sin acciones claras para enfrentarlas, y el pedido de ser recibido por el presidente, lo pone en un posición poco aconsejable para un aspirante a presidente.