En vísperas de los comicios de 2011 en Turquía, el entonces primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, sabía que iba a ser reelegido gracias a las travesuras sexuales del vicejefe del opositor Partido del Movimiento Nacionalista, Bülent Didinmez, y de su antiguo líder en Estambul, Ihsan Barutçu. Los pescaron con dos muchachas en un hotel. Debieron renunciar.

Un año antes, el jefe de otro partido opositor turco, el Republicano del Pueblo, Deniz Baykal, había tomado esa drástica decisión tras ser descubierto en offside con una diputada de sus filas, Nesrin Baytok. Las imágenes subidas a YouTube resultaron fatales. Las cargó un grupo chantajista, Idealismo Diferente. Eran otros tiempos.

La libertad individual, más allá del escándalo, no afectaba la responsabilidad colectiva. En medio de la pandemia, las cosas cambian. Dominic Cummings, exasesor del primer ministro británico, Boris Johnson, habrá celebrado la dimisión del secretario de Salud, Matt Hancock, con rango de ministro, por haber incumplido las restricciones.

El diario The Sun publicó una grabación explosiva, “primicia mundial”, con la cual revela que Hancock “engañó a su esposa con Gina Coladangelo”. Ocurrió el 6 de mayo, cuando Hancock, puntal del gobierno en la prevención del coronavirus, aconsejaba a los británicos evitar el contacto físico con personas no convivientes, mantener la distancia social y usar mascarillas en los lugares de trabajo.

Hancock hizo todo lo contrario con Coladangelo, directora no ejecutiva del Departamento de Salud y Atención Social, a la cual conocía desde la universidad. Vio que no había moros en la costa, cerró la puerta de su oficina y se fundió en un ardiente abrazo con ella sin reparar en la cámara que pendía sobre su cabeza.

Cummings, ideólogo del Brexit y hombre fuerte de Downing Street durante los primeros meses de Johnson hasta que debió salir por la puerta trasera, se habrá frotado las manos. Le había pedido a Johnson que echara a Hancock no menos de 20 veces por mentir sobre la situación de las residencias de mayores, las pruebas del coronavirus y la respuesta a la pandemia.

Pudo ser una casualidad o una venganza, aunque en política la casualidad siempre sepa a venganza. La misma que saboreó el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan cuando se vio beneficiado por los deslices de sus rivales.

Desde la tormentosa relación de Bill Clinton con Monica Lewinsky en el Salón Oral, también llamado Oval, el sexo ha dejado de ser tabú para los políticos. Si Donald Trump se jactaba de su retórica misógina, el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi supo sacarle partido y Dominique Strauss-Kahn, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y potencial candidato a la presidencia de Francia, pagó con creces sus arrebatos.

Quizá como Hancock, defendido a capa y espada por Johnson hasta que la evidencia confirmó las advertencias de Cummings. Que era “a totally fucking hopeless (algo así como un maldito desesperado)” y cosas peores.

La pandemia estableció un cerco para este tipo de actitudes. Los asuntos personales de los funcionarios cobran relevancia por su papel frente a la sociedad, más allá de su conducta. Un predicador no puede ir contra su discurso si de asuntos públicos se trata. De haber ocurrido en otro momento hubiera sido una cuestión íntima y punto.

No en esta encrucijada de brotes, rebrotes y nuevas variantes bautizadas con letras del alfabeto griego para evitar estigmatizaciones de las ciudades y los países de origen: Alfa (Reino Unido), Beta (Sudáfrica), Gamma (Brasil) y Delta (India).

El affaire de Hancock pasó a ser un asunto policial. Cuando ocurrió, los británicos estaban obligados a cumplir las restricciones bajo amenaza de multa. Familiares de víctimas del COVID-19 mostraron su indignación.

Tal vez como los argentinos que vieron desfilar a los amigos del poder que recibían las vacunas antes que los adultos mayores, el personal de salud y aquellos que debían figurar en primer término. Eso que el presidente Alberto Fernández llamó “escenario mediático de escarnio público» antes de despedir al entonces ministro de Salud, Ginés González García. Con pesar, como Johnson cuando aceptó la renuncia de Hancock.

Jorge Elías

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