Muchos se preguntan hoy en los medios, cual será el momento de "apretar el botón rojo" una suerte de simbología retórica que alguna vez usó el presidente, para graficar que si los contagios se disparan, lo contrarresta con un confinamiento total.

Pero la pregunta tiene una sola respuesta y el presidente la conoce: nunca. No es posible encerrar a la gente en forma prolongada y eficiente después de lo ocurrido el año pasado, porque ya no tiene legitimidad esa medida.

Se equivocan los que creen que sancionando una norma, que además contenga penalidades, obliga, las normas requieren legitimidad, al menos en algún porcentaje, de otro modo, no obligan, aunque sancionen.

En principio, una decisión estatal tomada dentro de los parámetros de la competencia que le es propia al órgano que la emite y cumple todos los requisitos para su sanción, es obligatoria para los ciudadanos.

Ahora bien, lo que la hace realmente eficiente es su legitimidad. No solamente la de la autoridad de que emana la norma, sino de esta última en sí. Y las normas de aislamiento obligatorio han perdido legitimidad, los habitantes la arrasaron, salen de todos modos, no hay legitimidad en la medida.

En el último confinamiento estricto, se redujo la circulación alrededor de un 20%. Nada. Las calles estuvieron repletas de gente, las arterias viales tuvieron similares problemas de tránsito a los que pudieron observarse en el mes de febrero, y además los controles estatales han relajado sustancialmente.

No se detiene a la gente ni se secuestran vehículos. Cuando una medida es ilegítima, el Estado pierde el poder de policía sobre los ciudadanos. No puede llevarse preso a diez millones de personas o secuestrarse todo el parque automotor. La medida del encierro ha perdido la legitimidad, condición imprescindible siempre, para que un Estado pueda imponerla. La posición psicológica de la sociedad frente a la enfermedad también cambió. 

Más cuarentena, parece conducir a un Estado sin autoridad ni legitimidad para imponer las reglas, lo cual es severamente peligroso. Pude recordarse al inicio del aislamiento al Presidente haciendo saber enérgicamente, que enviaría a prisión a quien salga sin permiso.

Eso ya no ocurre, es claro que resultaría imposible, la gente en masa, desafió las reglas y salió. No habría donde detenerlos a todos.

Kemal Ataturk creó la Turquía moderna. Separó la religión del Estado y adoptó legislaciones de países occidentales. En 1926 sancionó un nuevo Código Civil, basado en el de Suiza y mixturándolo en algún aspecto con el italiano. Entre otras cosas, y por la lógica de su inspiración extranjera, en materia de matrimonio limitó la poligamia, que la ley islámica autorizaba, hasta cuatro esposas por hombre, siempre que este pudiese mantenerlas económicamente a todas ellas.

¿Cuál fue el resultado? Durante decenios, Turquía debió sacar todos los años leyes de amnistía para quienes seguían en matrimonio con más de una mujer. La norma no tenía legitimidad, y el gobierno no podía encarcelar a todos los hombres. Esa es la consecuencia de una norma ilegítima, no es posible hacerla cumplir y el Estado que la impone se arriesga a perder prestigio, el gobernante a disminuir su imagen y las consecuencias políticas de ello son inevitables.

Es tiempo comprender que el Estado pone las reglas, pero con cada vez mayor intensidad, gobierna con la gente. Poder articular con la “cintura” necesaria las medidas sanitarias, la educación ciudadana en materia de salud, y algún cierre gradual, parcial y temporario, son condiciones para la legitimidad y por ende la gobernabilidad.