La decisión de decretar la cuarentena, allá por mediados de Marzo del 2020, por culpa del Coronavirus, significó para el Gobierno Nacional un mundo nuevo donde, conociendo como se movía y contagiaba el virus en Asia y Europa, uno esperaba un recorrido más previsible, desde lo estratégico, para enfrentar el Covid 19.

Más allá de los errores del comienzo, con un Ministro de Salud que decía que le preocupaba más el Dengue que el Coronavirus, entendible la primera preocupación no la segunda, los primeros movimientos fueron acertados. La cuarentena temprana evitó un colapso sanitario, a pesar del retroceso en lo económico, social y laboral para miles de argentinos.

Sin embargo, lo que al comienzo fue un acierto de Alberto Fernández informando semanalmente como se desarrollaba la lucha contra el Covid, flanqueado por el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, y el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kiciloff, en actos donde se trabajaba por el bien de la sociedad y se tomaban medidas para cuidar la salud de los argentinos, comenzó a decaer y llevó al primer mandatario a seguir caminos errados, forzado por los socios más extremistas del Frente y también por decisiones propias basadas en la buena imagen que le devolvían las encuestas que le acercaban.

El intento por una solución ilógica al problema de Vicentin, las imágenes del Presidente sin barbijo al juntarse con Gobernadores, la falta de reacción ante medidas represivas, más que preventivas, y extremas en el interior del país con aquellos que no acataban la cuarentena o que por motivos de salud deberían haber tenido más consideración de parte de las autoridades, el mal manejo del velatorio de Diego Maradona con miles de personas aglomeradas durante horas y la represión posterior, las marchas de sectores verdes y celestes durante el debate del aborto que debieron haber sido desactivadas, los enojos con una oposición que no se quebró como esperaba el oficialismo nacional, los ataques del cristinismo duro al que poco le importa el Coronavirus porque su agenda solo tiene otros objetivos, pero que terminaron logrando el alejamiento de Ministros albertistas y los anuncios exitistas de la llegada de millones de vacunas que dieron esperanza a los argentinos pero que rápidamente se transformó en desilusión al ver que las mismas no venían, terminaron quitándole autoridad al presidente Alberto Fernández y dejándolo hoy en una situación difícil de calificar.

El presidente estaba en un laberinto donde ninguna de las salidas era fácil y todas dejaban altos costos a pagar en el futuro. Como el General en su laberinto, esa magnífica obra de García Márquez sobre el último episodio de Simón Bolívar, Alberto, que no es Bolívar, no es El General y para muchos ya es un simple reservista al que llamaron porque no había otro para poner en lugar de Cristina que asegurara el triunfo, estaba frente a una encrucijada, tironeado por una sociedad que no quería más encierros, por médicos que desesperados le pedian cierres para evitar un colapso sanitario y más muertes por Covid, por sectores económicos que le pedían que no cierre para evitar un colapso económico que traerá más pobreza y desocupación, por sectores sociales que necesitan salir a trabajar todos los días para llevar un plato de comida a la mesa familiar, por dirigentes políticos propios y opositores que le piden definiciones políticas de acuerdo a su conveniencia, por una Vicepresidente y los seguidores de ésta que le piden y exigen una intervención en el Poder Judicial que les dé una alivio en los juzgados, por una inseguridad creciente que deja miles de víctimas, muchas de ellas fatales, y que no se sabe cómo enfrentar, y a esto se suma una negociación con el Fondo Monetario Internacional, dura, con consecuencias imprevisibles en materia económica y también con el Club de París, que nos puede costar U$S 2.000 millones extras que no tenemos, y por último un alineamiento geopolítico que nos deja con relaciones diplomáticas dañadas con aquellos con los que, para muchos, debemos llevarnos bien para, entre otras cosas, conseguir vacunas contra el Covid.

El presidente tomó una decisión, se encaminó hacia una salida de su laberinto que dejará gravísimas secuelas políticas, económicas, sociales pero sobre todo educativas al dejar a miles de chicos fuera de la escuela, una escuela a la que muchos van, además de a estudiar y formarse, a tener un plato de comida.

Más que el General en su laberinto, Alberto es Desmond, en Lost, al encontrar la bomba y ver que cualquier intento por desactivarla solo la va a hacer estallar (ver Lost, capitulo 4, temporada 13, entre los minutos 5`52`` y 7’06’’) “si toco este cable. Pum. Si toco esta línea. Pum. Si toco la fuente de alimentación. Pum” decía Desmond. Y la bomba estalló, como anoche en el país después del discurso de Alberto.

Alberto abrió la puerta, para salir del laberinto, que tendrá a corto, mediano y largo plazo, costos altos y graves, más infectados y muertos por Covid por las desobediencias al Decreto que van a suceder, más desempleo, pobreza y caídas de Pymes, aumento de la inseguridad con víctimas, fatales en muchos casos, y más problemas de salud para miles de argentinos; caída de la economía con nulo acceso a los mercados externos y relaciones diplomáticas dañadas con países que para muchos deberíamos llevarnos bien para que nos ayuden a levantar un país que nunca termina de caer y nunca de crecer, pero lo más alarmante y doloroso es que el costo más grave es los miles de chicos que no podrán acceder a una educación que los forme como ciudadanos.

La bomba que no le estalló a Macri, tal vez, posiblemente, le estalle a Alberto, un presidente peronista que no tiene recursos para distribuir y jaqueado por una pandemia que no lo deja tomar decisiones que alivien la vida de los millones de argentinos que solo quieren tener una vida en paz alguna vez.