Después de estar internado desde el 3 de julio, al borde de la muerte por una insuficiencia cardíaca que le había provocado hipertensión pulmonar, falla renal y hepática, desnutrición y pérdida de masa muscular, esa mañana un equipo de la Fundación Favaloro le implantó un corazón artificial portátil.

"Estaba muy mal, ya no podía caminar, tenía mucha retención de líquidos y dependía de drogas que hacían latir su corazón -explica el doctor Roberto Favaloro, que lideró la intervención-. Pero además, como tenía hipertensión pulmonar, no era candidato para un trasplante, porque los corazones de donantes no están preparados para bombear sangre con presión alta."

Según el especialista, había dos alternativas: o se intentaba un trasplante cardiopulmonar en block (para el que no abundan los órganos)... o se lo mandaba a la casa con lo que se conoce como "tratamiento compasivo".

A Carlos, que actualmente tiene 32 años y dos hijos (Agustín, de 14, y Aylén, que cumple 10 el próximo sábado), la insuficiencia cardíaca le había aparecido por causa desconocida. Recolector de residuos y aficionado al boxeo, hace cuatro años empezó a notar que se cansaba más de la cuenta.

"Llegaba a casa, me iba a practicar y sentía que el cuerpo no me daba -cuenta, mientras se oye el incesante soplido rítmico del dispositivo que asiste a su corazón-. Ahí empecé a sentirme mal y me hice un chequeo general pensando que estaba anémico. Fui a varios cardiólogos hasta que llegué a una doctora de la obra social de camioneros, Cecilia Cassano, que estuvo siempre, en las buenas y en las malas. Gracias a ella estoy acá, porque hizo todo lo posible para que siguiera adelante."