Cuando el 2 de abril de 1982 las tropas argentinas tomaron posesión de las Islas Malvinas, el fervor popular impidió ver las carencias y falta de profesionalismo de una fuerza conformada en su mayoría por conscriptos prácticamente sin instrucción militar. Sin embargo, para muchos de ellos el peor enemigo no estuvo en el bando contrario sino, paradójicamente, en el propio.

En esta investigación, Natasha Niebieskikwiat, la periodista argentina que más veces viajó a las islas, pone al descubierto una realidad ineludible de la historia de Malvinas hasta ahora no relevada: los abusos que no pocos soldados sufrieron por parte de sus superiores en plena guerra , bajo la forma de torturas, estaqueos, maltratos, abandono de persona y hambre. Producto de un trabajo de varios años que incluye una gran cantidad de testimonios directos de ex combatientes y el acceso a informes que durante largo tiempo permanecieron con carácter de secreto, este libro documenta, como nunca antes en estos treinta años, algunos de los episodios más desgarradores de la guerra de Malvinas , un capítulo de nuestra historia que gran parte de la sociedad argentina todavía no parece dispuesta a aceptar.

La muerte de Chinchulín Chinchulín se fue apagando como una vela, en la misma trinchera. Fue en las zonas más elevadas de Puerto Howard, el mayor poblado de la isla Gran Malvina, que los hermanos Robin y Rodney Lee convirtieron en una de las principales atracciones turísticas del archipiélago después de 1982. Un campo de golf, una lechería y un enorme galpón para que los visitantes presencien en vivo la esquila de ovejas se levantan hoy sobre los campos de batalla en los que se fue Chinchulín.

Y murió “arrolladito” el soldado , coincidirían décadas después sus ex compañeros, cuando, animados a hablar, contaron la historia de Remigio Fernández, conscripto del Regimiento de Infantería Mecanizada 5, muerto por hambre en Howard.

Mientras tanto, el escritor Hernán Dobry revela en su libro una desconocida trama de intrigas y poder, con la atrocidad de la guerra como escenario.

"Qué raro que vos por ser judío estés combatiendo acá", le decía un sargento al soldado Pablo Macharowski en medio de los bombardeos durante la guerra de Malvinas, como si su religión fuera incompatible con ser argentino. "Había una cosa de si uno era argentino o no. Era como que por el hecho de ser judío no terminabas de serlo", afirma Claudio Szpin, del Regimiento de Infantería Mecanizada 3, de La Tablada, provincia de Buenos Aires. Él debió sufrir esa discriminación de parte de sus superiores en medio de los enfrentamientos con los ingleses.

El antisemitismo y los sufrimientos que vivían los conscriptos israelitas durante el conflicto (bombardeos, hambre, frío y maltratos) hacían necesaria la asistencia espiritual de un rabino para que los ayudara a sobrepasar esos momentos difíciles.

Pero eso era toda una utopía, ya que los únicos que contaban con este beneficio en el país eran los de origen católico, que recibían la visita de los capellanes castrenses desplegados junto a las diferentes unidades.