Por Lorena Di Geso

"Cuarteto" 
logra mucho más que eso. Decir que es una obra maestra parece aludir a un lugar común; sin embargo, resulta serlo en todas sus formas: es una pieza minuciosamente acabada, como lo son las partituras de Beethoven que guían esta historia, de fanatismo patológico con tintes absurdos.
 
Un derroche de talento escénico le da sentido a un guión exuberante y exquisito, que invita al espectador a pensar hasta qué punto un fin determinado justifica todos los medios. Excusas y apasionamiento confluyen en un obsceno y descarado cúmulo de argumentaciones insostenibles y reacciones extremas, literalmente extremas, plagadas de sarcasmo y acidez, pero conducidas por un humor cínico y tenaz que sobrevuela toda la obra.
 
La música es protagonista y cumple un rol esencial en cada palabra, cada movimiento y cada silencio.
 
Con una puesta que apuesta al dinamismo, bajo la dirección de Gaby Fiorito, Eduardo Rovner revela la ceguera del ser humano ante obsesiones que, muchas veces, nos alejan por completo de la realidad para sumirnos en el autoengaño como vía de escape.
 
El egoísmo y la crueldad afloran en ‘Cuarteto’ como la contracara de la capacidad que poseen los músicos para visualizar, transformar y transmitir la sutileza de cada nota.
 
Y, a pesar de la coraza que construye y defiende cada uno de los personajes que integran esta orquesta, queda claro, en definitiva, que sensibilidad no es sinónimo de debilidad.