Por Lorena Di Geso
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Majestuoso. Así fue el espectáculo que Daniil Simkin brindó en el Coliseo junto a Maria Kochetkova. Un dúo, quizás, comparable a lo que el público pudo haber sentido con un Julio Boca y una Eleonora Cassano sobre el escenario, en el auge de la danza clásica made in Argentina.
 
Ella, de una belleza infinita y una ductilidad inconmensurable, es el regalo más grande que un espectador puede llegar a tener ante sus ojos. Él, de una perfección absoluta y una generosidad a flor de piel. 
 
Les tocó Don Quijote, esta obra de sangre española con tinte fabulador y picaresco que sólo persigue la búsqueda del amor.
 
Ella concluye cualquier movimiento en un acto sublime; maneja el arte del abanico como nadie y pareciera que nada alrededor se alterara con su paso, mientras deja –si embargo- una estela de magia que perdura en el aire. Él, imponente, expresa lo virtuoso, la firmeza, la gracia.
 
No están solos. El escenario rebalsa de bailarines que acompañan el andar del tiempo y del espacio. Es el Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata que despliega su esplendor. Figuras principales como Julieta Paul o Bautista Parada ocupan un rol destacado. Pero quiero detenerme en una muestra de Alejandra Baldoni, también proveniente de esa misma casa de estudios y compañía de danza. Esta magnífica profesional expone un baile gitano digno de aplausos. Es lo más admirable, después de Kochetkova y Simkin.
 
Inmersos en un ‘tintineo’ constante que resuena a lo largo de las tres partes que dura la obra, la pareja rusa no deja margen de error. Y si bien la apuesta merece un reconocimiento escenográfico, que invita al público a ubicarse en un contexto físico donde ocurren los hechos, la cualidad y calidad de estas dos joyas del ballet mundial podría manifestarse en un fondo blanco, negro o –incluso- podrían bailar suspendidos que todo lo demás desaparece.
 
Otra vez los organizadores sorprendieron en Buenos Aires con lo más notable del baile clásico, personificado en sus mejores exponentes. Ante esta nueva elección, nada que objetar, todo por elogiar.
 
 La Orquesta Académica de Buenos Aires se lució tanto como las figuras protagonistas de esta pieza, que se basa en los textos de Cervantes Saavedra. Con la dirección de Carlos Calleja, cada instrumento se convirtió en una gota de oxígeno indispensable para atravesar tamaña historia.
 
Por cierto, nadie se resiste a las dríadas, que también supieron copar una parte de esta historia. Sólo que Kochetkova era demasiado irreprochable y provocaba –sin quererlo, claro- un contraste inmenso, difícil de unificar con las muchachas que la rodeaban. 

Como ella misma sostiene, tal vez no se trate de talento sino de un arduo trabajo y mucha constancia.  Como sea, esta joven representa el talento hecho carne en su máxima expresión.
 
Y a propósito, si Simkin cree que su objetivo termina en hacer feliz a su audiencia, pues puede darse por satisfecho con su paso por la capital Argentina. El fin fue cumplido y por demás superado. No quedan dudas.