Por Lorena Di Geso
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Con el amor y la sensualidad como premisa, la IV Gala de Ballet de Buenos Aires volvió a brillar en el Coliseo. Ése es el sentimiento que se desprende de cada una de las coreografías y piezas artísticas y musicales que completaron una noche única.

La incorporación del relato vivo, a través de imágenes de los propios personajes en una pantalla de fondo fue un matiz excepcional que aportó al espectador un conocimiento extra e hizo crecer aún más las expectativas sobre lo que sucedería en los minutos posteriores. Brillante idea.

El transcurrir de la danza y el ballet en la historia y en el tiempo nos invita hoy a desafíos y mixturas cada vez más impactantes, donde la destreza física pasa a ser parte esencial del espectáculo. Lo contemporáneo muestra su mejor faceta: nuevos sonidos aplicados a una disciplina que no pierde jamás sus encantos.

Quien se apreste a disfrutar de semejante apuesta, se atreverá también a gozar de estas ‘variaciones’ que poco tienen que ver con el baile liso y clásico que otrora sabíamos contemplar. Es mucho más que eso. Y a buena hora.

Desde ya que Herman Cornejo fue ‘el lujo’ de nuestra tierra –y de exportación-  presente en esta nueva Gala. Su presencia es la expresión máxima de la disciplina y la armonía escénica en un solo bailarín. Con una actitud penetrante, el teatro entero se rinde a sus pies.

Cornejo destella generosidad para con sus compañeros… Es un tumulto de humildad, inmersa en la superioridad de un despliegue majestuoso.

De tinte y orgullo nacional, las dos noches de Gala también se vistieron con los cordobeses Carolina Agüero y Darío Franconi, quienes representaron un prolijo Addagieto.

Aplausos aparte se llevó el español Joaquín de Luz, mientras que Nicole Loizides y Steven Ezra hicieron una magnífica exposición con color futurista.

Nada que objetar a Jason Reilly, quien supo dejar huellas de fuego años anteriores. Este canadiense sorprende por su ductilidad infinita y su capacidad para componer, tanto sólo como acompañado. Tal fue el caso del número que interpretó junto a la brillante bailarina española Alicia Amatriain.

Como anfitriones, Karina Olmedo y Nahuel Prozzi, destacados artistas del Teatro Colón, abrieron el repertorio, del que también participaron el joven croata Nicolai Gorodyskii y la bailarina Lauren Lovette, de Estados Unidos.

Mención especial merece la dupla compuesta por la argentina Candelaria Antelo y el francés Arthur Bazin, quienes con su ‘Te odiero’ elevaron al grotesco la búsqueda del beso, que corona una persistente lucha cuerpo a cuerpo sobre el escenario.
Como bien sostiene Cornejo, la exigencia del espectador porteño requiere concentrar la mayor atención en una puesta perfecta y sofisticada que los organizadores del evento supieron lograr sin reproches.

Pero la gran figura femenina de la noche fue, sin lugar a dudas, Maria Kochetkova. Radiante, bella y distinta. Su cuerpo destellaba arte en cada tramo y en cada brisa que aspiraban sus movimientos. Sorprendente, mágica, encantadora.  

Afortunadamente, la sobriedad quedó obsoleta. Y esta IV Gala Internacional de Ballet es una prueba absoluta. Revela que los cambios son tanto profundos como enriquecedores. Que no restan, fusionan. Que no degradan ni derrumban, sino que aportan y suman. Que exactamente como relató Karina Olmedo, la danza no puede disociarse de la actuación; perdería en gran parte su sentido.