De cumplirse la profecía, los Estados Unidos serán “predeciblemente impredecibles”, como prometió Donald Trump. Tanto que, de ser presidente, reparará los errores de Barack Obama y de su primera secretaria de Estado, Hillary Clinton, presumible candidata demócrata. ¿Cómo? Con una consigna: “Los Estados Unidos primero”. Eso implica aumentar el despliegue militar, destruir al Daesh (Estado Islámico) y revisar acuerdos regionales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), firmado con México y Canadá en 1994. “Un desastre total, que deja maniatado al país”, juzgó.

Puertas adentro, el candidato republicano no está lejos de inspirar los títulos de la portada satírica de The Boston Globe fechada el hipotético 9 de abril de 2017: “Deportaciones a punto de empezar”, “Los mercados se hunden a medida que se avecina una guerra comercial” y “Nueva ley de difamación apunta a la escoria absoluta de la prensa”. Es la portada que, según los editores, “esperamos que nunca tengamos que imprimir”. Los títulos son ficticios, pero las citas del magnate inmobiliario y estrella de reality shows que nunca ocupó un cargo público son auténticas, empezando por tildar a los periodistas de escoria.

Con una visión retrógrada del mundo, Trump pone en aprietos a los líderes extranjeros. ¿Qué posición pueden tomar frente a un posible presidente de los Estados Unidos que, entre alardeos y bravuconadas, adula a los aliados e intimida a los rivales? Su campaña no responde a las premisas políticas, sino a los principios de su libro más vendido, The art of the deal (El arte de la negociación). Trump maneja la política como un negocio con eso de “conocer el mercado” (el electorado), “hacer correr la voz” con tono sensacionalista, “pensar en grande”, y “responder” con dureza a los “perdedores”. Es decir, al resto de la humanidad.

Ese enfoque poco convencional, para el cual ningún político está preparado, le valió la seguidilla de victorias en las primaras que nadie esperaba. Y, lo más importante, le salió casi gratis. Cada bravata, como la acusación de violadores, traficantes de drogas y asesinos contra los inmigrantes ilegales mexicanos, tuvo más impacto y repercusión que el mejor discurso de sus oponentes. Después de los mexicanos vinieron los musulmanes y después las mujeres y después... Logró desconcertar a todos, inclusive a los republicanos, tuiteando sus pareceres desde su teléfono móvil con el entusiasmo de un adolescente.

En la campaña, Trump aplicó sus propias reglas: analizó al electorado como si fuera el mercado, notó el disgusto con el sistema y explotó la frustración con Obama y con la presunta debilidad de los Estados Unidos en el exterior. También explotó su imagen, elevándola al estatus de celebridad, de modo de convocar multitudes en los actos partidarios. “Si usted es un poco diferente o un poco indignante o hace cosas audaces o controvertidas, la prensa va a hablar de usted”, dice en el libro. Cumplió a rajatabla con esa premisa frente al vaticinio de muchos, entre los que me incluyo, sobre su inminente traspié. Esa profecía no se cumplió.

Jorge Elías

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