No es el fin del mundo previsto por Nostradamus, los mayas y el mago Merlín, sino algo tal vez más aterrador: en momentos en que la humanidad cruza la barrera de los 7.000 millones de habitantes, hay 57 millones más varones que mujeres. En otros términos, sobran varones o, peor aún, faltan mujeres. La catástrofe, llamada con impiadosa justicia “masculinización alarmante”, revela ribetes apocalípticos: nacen entre 104 y 106 niños por cada 100 niñas. ¿Qué sentido tendrá postergar la jubilación y vivir más de 100 años en un planeta que, por exceso de varones, será como esas discotecas en las cuales no hay con quién bailar?           
El sueño de crear territorios de solteros, abrigado por unos pocos, terminará siendo la pesadilla de muchos, de pronto sorprendidos por las consecuencias de atrocidades, como los abortos selectivos, que inclinan la balanza hacia la procreación de varones en lugar de mujeres. En China, el país más poblado del planeta, nacen 120 niños por cada 100 niñas. En Azerbaiyán, Georgia, Armenia, Serbia y Bosnia, la proporción es de 115 por cada 100. En la India y Vietnam nacen 112 niños por cada 100 niñas. No por nada el premio Nobel indio Amartya Sen publicó en 1990 un ensayo con un título escalofriante: Más de 100 millones de mujeres han desaparecido.
Mucho ha contribuido a este patético fenómeno la tradicional preferencia de ciertas familias por el hijo varón, así como el descenso de la fecundidad. Sólo en la India, el segundo país más poblado del planeta, nacen 40 millones de varones más que mujeres. La escasez de mujeres amenaza con desatar una competencia desleal y descarnada para hallar pareja o, en algunos casos, la instauración de la poliandria (del griego polýs: muchos, y andrós: hombre).
En el texto épico hindú Maha Bhárata, los cinco hermanos Pándavas están casados con una joven llamada Draupadi. Es la hija del rey Drupada de Panchala y ellos, a su vez, son los hijos del rey Pandú y sus dos esposas, Kuntí y Madrí. Mal no parecen pasársela. En las remotas comunidades hindúes y budistas del Himalaya, donde la India linda con el Tíbet, esa costumbre está ahora en vías de extinción. La gente vive en pequeñas granjas desplegadas sobre las laderas de las montañas, a 3.350 metros de altura. Todos los hijos, más allá de quien sea su padre biológico, llaman pitaji, o padre, al mayor de ellos.
En Kenia, Akuku Danger pudo haber contribuido a una virtual explosión demográfica con sus 130 esposas y 415 hijos (305 mujeres y 110 varones). El semental, fallecido en octubre de 2010, a los 92 años, hizo de la seducción un arte. Pertenecía a la misma etnia que el padre de Barack Obama, también polígamo. Se casó por primera vez en 1938, a los 20 años de edad, y por última vez en 1997, a los 79. Esa vez con una muchacha de 18 años con la cual tuvo tres hijos. En el medio lidió con 80 divorcios. Su estatua, de 2,10 metros de altura, infiere sus presumibles encantos.
Lo llamaban, en honor a su apellido, “El peligro de las mujeres”. Mr. Danger, famoso por ser un galán en la ignota aldea de Aora Chudho, era un católico ferviente que iba a misa todos los domingos, pero llegó a casarse con tres mujeres a la vez en la misma ceremonia. En sus comienzos cosía los trajes de los burócratas coloniales británicos que dominaron Kenia durante casi un siglo. Después vivió de sus tierras y sus vacas. De las mujeres se jactaba de no haber recibido nunca un no como respuesta. Era, más que un peligro, el último romántico de un mundo más parejo y agradable. Un pionero de la pretérita familia numerosa.
 
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