La enorme sonrisa en el rostro de José mientras se miraba a sí mismo en el espejo no dejaron dudas de que estaba agradecido por el gesto. "Ahora me siento como un hombre nuevo", afirmó frotándose la mano alrededor de su barbilla. "Nunca pensé que me vería joven de nuevo. Esto es bueno", agregó el hombre que vivió en México durante los últimos 15 años.

"Me levantaba esperando patos, pájaros que vinieran a mi lancha. Los pajaritos empezaban a rascar, los agarraba y me los comía", recordó Albarengo mientras hacía largas pausas, como si le costara recordar lo que vivió. También se alimentaba de tortugas que se acercaban al barco.

"Pensaba que iba acabar loco, que no iba a conocer a la gente. Miraba a mi papá, miraba a mi mamá, miraba a mis hermanas, pero eran imaginaciones", explicó el pescador, que pasaba horas "sentado, viendo el cielo, mirando el sol".

Su fe en Dios lo mantuvo vivo, asegura, aunque también pensó en el suicidio. "No pensaba en morirme, pensaba que iba a salir fuerte. Pero en dos ocasiones me quise matar, agarraba el cuchillo cuando no había agua ni comida", recordó el hombre.

Por su parte, su madre, que vive en El Salvador, lo reconoció a través de las fotografías. "Doy gracias a Dios de ver a mi hijo, creía que estaba muerto", dijo. La mujer vive con su esposo en Garita Palmera, a 118 kilómetros al sudoeste de la capital salvadoreña. "Sólo quiero tenerlo aquí con nosotros", explicó la mujer, a la espera de que su hijo vuelva a casa.