Por Martín Leopoldo Díaz



Tras treinta y cuatro años de su última puesta en el Teatro Colón, regresó La Mujer sin Sombra, ópera notable de Richard Strauss.

Desde su estreno en Viena, en octubre de 1919, tuvo una aceptación gradual pero indetenible. Es, indudablemente, una de sus obras más logradas, con grandes desafíos para los solistas y la orquesta. Al referirse a ella el compositor afirmaba “es una criatura nacida del dolor”.

La Orquesta Estable del Teatro Colón, al frente del experimentado Maestro Ira Levin, dio muestras cabales de su profesionalismo y destreza. Sorteó la extensa partitura, con pasajes complicados y no exenta de dificultades, con bravura y comodidad. Por momentos, sobre todo durante el primer acto, Levin marcó un excesivo volumen, al punto de apagar a los cantantes. Luego todo se acomodó. Fue excelente el trabajo de la soprano Elena Pankratova como esposa de Barak, su voz corrió por toda la sala y su actuación fue convincente y cabal, al igual que el difícil rol vocal de la Nodriza, asumido con histrionismo y seguridad por la mezzosoprano Iris Vermillion.

La Emperatriz fue interpretada por la soprano Manuela Uhl, correcta en su papel y emisión, aunque esperábamos una voz que se impusiera con personalidad.

El tenor Stephen Gould tuvo un desempeño inestable, con agudos tirantes y comienzo accidentado, que esperamos mejore en las siguientes funciones. En cambio, el barítono Jukka Rasilainen, personificando a Barak, con correcta emisión y potencia vocal, sonó seguro y preciso. Sus dúos con Pankratova fueron muy bellos. El Mensajero del Espíritu estuvo a cargo de un correcto Jochen Kupfer. Fué muy loable la actuación de todo el elenco argentino, así como el bello sonido del Coro de Niños y del Coro Estable, dirigidos respectivamente por César Bustamante y por Miguel Martínez.

La producción de la Nederlandse Opera Amsterdam, con régie de Andreas Homoki, es interesante aunque carente de vuelo, con pocos pero vivos colores y un excelente diseño de iluminación. Quizás se extrañó la magia del cuento de hadas que escribió Hugo von Hofmannsthal, pero las fuertes alegorías llenaron por momentos de magia musical el escenario, pletórico de símbolos, cuya colosal fuerza se hizo sentir sobremanera en los actos finales.