Esta columna está dedicada a Sandra Mihanovich. Ya la admiraba por su talento y, para que negarlo, por ser una hincha de Boca de ley. Pero la nota que hoy publicaron Pablo Calvo y Claudio Savoia en Clarín me hizo reflexionar mucho sobre el coraje de Sandra.

Ese acto de amor total de donarle un riñón a su ahijada. Bien lo definieron los colegas con “Honrar la vida”, el tema de Eladia Blázquez. De eso se trata. De una noticia que hay que difundir y celebrar porque es como sembrar mil esperanzas todos los días. Es la máxima solidaridad posible. Y Sandra se animó. Y la tuvo que pelear incluso en la justicia porque está prohibido la donación entre personas vivas que no sean familiares directos. Por eso la autorización la tuvo que dar un juez. Y el milagro se hizo. Y ese milagro me permite hacer tachín/ tachín y darle manija a la donación de órganos.

Un solo donante, escuche bien por favor, un solo donante puede salvar la vida de 7 personas. Es la generosidad solidaria que se multiplica. Es una forma de procreación al alcance del ser humano por ser humano. ¿A cuantos hermanos podemos salvar? ¿Cuántos compatriotas pueden recibir semejante bendición? ¿Se lo preguntó alguna vez? ¿Hay otra forma superior de la entrega y el servicio hacia los demás? Es ser solidario con nuestro propio cuerpo aún después de muerto. Dar hasta que duela como pedía la Madre Teresa. Es como arrebatarle un poco de vida a la muerte, como ganarle algunas batallas.

Muchas veces la gente tira para atrás por desconfianza. La comprendo pero no la justifico. Hemos sufrido tantos engaños y desilusiones desde las instituciones que todo nos despierta sospecha. Pero en el caso de la donación de órganos hay que confiar. Nunca, jamás, se comprobó un solo caso en el que haya ocurrido algo poco claro o reñido con la ética.

Hay tanta leyenda urbana producto de la ignorancia que vale la pena repetirlo una y mil veces. No se registran hechos de corrupción ni de malversación y mucho menos de tráfico vinculado al trasplante de órganos. Esas historias inventadas nos hacen mucho mal como sociedad. A todos, porque todos podemos ser donantes y todos podemos necesitar que nos donen un órgano. Uno nunca sabe su destino. Nunca sabe de que lado del trasplante puede estar. Es actuar en defensa propia.

En este momento hay 7.137 personas en lista de espera. No son números de una planilla. Son hijos, padres, hermanos, novios, amantes, soñadores, tan argentinos como cualquiera de nosotros y esperan en la lista y desesperan en la angustia. La medicina avanza a pasos agigantados y los trasplantes son cada vez mas frecuentes y exitosos en la Argentina pero en este bendito país los donantes no alcanzan. Hemos mejorado pero todavía falta. En lo que va del año ya se produjeron 897 transplantes y hubo 393 donantes reales.

Los periodistas, los docentes, los religiosos, los políticos, los artistas, los deportistas y todos los que tenemos un micrófono, una tribuna o un púlpito desde donde difundir informaciones y pensamientos tenemos la responsabilidad social, la obligación moral de incitar a la esperanza, de fomentar la donación, de multiplicar la solidaridad de hacer una propaganda constante de los valores que nos hermanen mas y nos hagan mejores personas y mejores argentinos. No hay otra. Un nuevo país solo tendrá mejores cimientos con mejores ciudadanos.

Hubo campañas de todos los colores. Una que decía: escribir un libro, plantar un árbol, tener un hijo y donar un órgano. Hay que iluminar la vida de los donantes con la posibibilidad de dar a luz sin ser padre o madre. Dar a luz a otro ser humano sin parir pero dando vida. Suena maravilloso. Es una epopeya que salva la vida de nuestros semejantes. ¿Hay algo superior a eso?

Eso que late en la patria no es otra cosa que nuestro corazón multiplicado. Quién dijo que todo está perdido/ yo vengo a ofrecer mi corazón. Combatiendo a la muerte. Durar y transcurrir no es lo mismo que vivir, dice Eladia. Se trata de honrar la vida. Como lo hizo Sandra Mihanovich.