La designación del general César Milani como jefe del Ejército hace agua por todos lados. El nombramiento de un cargo tan importante realizado entre gallos y medianoche ya recibió cuestionamientos de todos los colores. Hablo de su actuación durante la dictadura, de su enriquecimiento veloz y, también, de sus intenciones de alienar a los militares al servicio de una facción política. Esto obliga políticamente a Cristina a revisar su decisión tal como se lo pidió el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, entre otros respetables dirigentes políticos y de organismos de derechos humanos.

Con respecto a su rol durante la represión ilegal, el general Milani debe responder por lo menos por tres acontecimientos graves.
1) El conscripto Alberto Ledo que era su asistente personal y militaba en grupos de apoyo a la guerrilla, un día desapareció de la faz de la tierra. Oficialmente el ejército dijo que el conscripto desertó. Nunca mas se supo de él. Su madre, Marcela, se volcó a la lucha por la aparición con vida de su hijo y se convirtió en una madre de plaza de mayo de La Rioja. Hoy pide que se reabra la causa y que Milani declare todo lo que sabe. Trágicamente, un par de compañeros de militancia de Ledo desaparecieron una semana después. Esto es grave, altamente sospechoso y debe investigarse a fondo.

2) Ramón Olivera, que fue secuestrado, declaró ante el libro del Nunca Mas riojano que el teniente de inteligencia Cesar Milani lo amenazó y lo acompañó todo el tiempo mientras el denunciaba torturas que la justicia no quería tomar y que además estuvo presente el día que detuvieron a su padre.

3) Su actuación en las cuevas de la inteligencia militar durante los peores años del terrorismo de estado hacen sospechar que no fue un militar que no vió nada y que no tiene nada que rendir ante la justicia.

En el tema de su patrimonio hay muchas cuestiones que no cierran por ningún lado. Con su sueldo de las Fuerzas Armadas y sin que su esposa tenga ingresos declarados es muy difícil demostrar como pudo comprar una mansión en La Horqueta que cuesta más de 2 millones de pesos y un Alfa Romeo, un automóvil de alta gama. La Oficina Anticorrupción lo intimó en dos ocasiones y le pidió explicaciones sobre un estado patrimonial y un nivel de vida que no corresponde con su salario de general.

Como si esto fuera poco, el general Milani que fue ganando la confianza de Cristina por su íntima relación con la ex ministra Nilda Garré y su asesor, Horacio Verbitsky, a la hora del discurso mas importante de su carrera dijo que hará todos los esfuerzos para poner a los uniformados, al servicio del “proyecto nacional que hoy se encuentra vivo en el corazón de todos los argentinos”. Hizo bien Lanata en bautizarlo como “El general de Cristina”. El problema es que Milani es un general de la Nación. Se le exige subordinación y valor para defender a la Patria y no a un partido o a una facción política.

La tarea de ascender a los amigos dentro de las Fuerzas Armadas que viene realizando este gobierno durante una década fue instalando la idea de que es mejor hacerse kirchnerista que ser un profesional de excelencia. Eso es muy peligroso. Abre las puertas del infierno, como dijo el ex canciller Dante Caputo. Poner al brazo armado de la Nación en la lucha política es lo único que le faltaba a este gobierno para aumentar su identificación cn Hugo Chávez. Una cosa es integrar definitivamente a los hombres de armas a la democracia, a la república y a la defensa nacional.

Eso es bienvenido. Pero deben hacerlo sin la obligación de convertirse en militantes del kirchnerismo. Igual que la Constitución, que la Justicia o la Plaza de Mayo, las Fuerzas Armadas deben ser algo compartido por todos los argentinos sin distinción de banderías. Siempre que los militares se metieron en política las cosas terminó con dictadura, sangre y lágrimas para todos. La profesionalidad y la prescindencia es un requisito fundamental y un activo que la democracia logró en estos 30 años. Este gobierno que ya dividió casi a todos las entidades representativas de la sociedad no debería hacer lo mismo con los militares. Eso es jugar con fuego. Jugar con armas de fuego.