Con este gobierno es imposible ser oficialista y mantener una actitud independiente o una mirada crítica. Es una de las características que instaló el kirchnerismo desde que llegó al poder. Así fue con Néstor y así es con Cristina. Yo diría que está prohibido abrir la boca para plantear hasta la más mínima diferencia. No se aceptan matices ni cuestionamientos. Y el que se atreve a semejante herejía es congelado primero y después enviado a la Siberia. No le atienden mas los teléfonos.
 
Si la persona insiste en mantener su libertad de expresión es acusado de traidor y de inmediato deja de pertenecer a la lista de dirigentes que reciben los privilegios de calorcito oficial. Esta actitud es una moneda de dos caras. La positiva ayuda a conducir con mano firme, disciplina a su tropa y concentra su energía en la gestión y evita el debate teórico que para muchos es “perder el tiempo”. La cara negativa de esa moneda aparece cuando esa autoridad se transforma en autoritarismo. Cuando se persigue y se castiga al disidente solo por expresar su pensamiento.

Eso se convierte en una mordaza que termina perjudicando al propio gobierno. Porque nadie se atreve a cuestionar nada. Todo el mundo dice “si Cristina” por temor al castigo y eso incrementa la posibilidad de cometer errores. Degrada a la persona porque la convierte en un obsecuente. Es el viejo cuento de que nadie se animaba a decirle al rey que estaba desnudo. En este caso, a la reina. Muchos funcionarios y compañeros de ruta de la primera hora han quedado en el camino por no subordinarse al silencio. Alberto Fernández, Miguel Bonasso, Gustavo Béliz, Graciela Ocaña, Sergio Acevedo, entre los mas conocidos. En los últimos días reaparecieron los retos y los aprietes para obligar a volver sobre sus pasos a distintos referentes. Y eso que al gobierno le va bien y a Cristina le va tan bien que en las elecciones va a ganar por paliza.

De todos modos forzaron a dar marcha atrás a dos empresarios importantes. Uno es el presidente de la UIA, José Ignacio de Mendiguren que dijo una verdad con gran prudencia. Planteó que los problemas de la crisis internacional ya los teníamos en casa. Una verdad de sentido común. Casi una obviedad. Los gritos que le pegaron se escucharon hasta en la China y el jefe de los industriales tuvo que salir a desmentir y a decir que no había dicho lo que había dicho. Recalculando, le dijo la española del GPS. Algo parecido pasó con Cristiano Ratazzi, el presidente de FIAT Argentina.
 
En la revista Fortuna había dicho otra frase muy cierta: “Si Brasil se cae, nosotros nos caemos a pedazos”. Una manera coloquial de encender una luz de alerta sobre la “brasildependencia” que tienen gran parte de nuestras exportaciones, sobre todo las automotrices. Encima, suspendieron a trabajadores cordobeses porque tenían demasiados autos en la frontera. Allí estalló todo por los aires. Debora Giorgi, dicen algunos. Guillermo Moreno, dicen otros.
 
O los dos al mismo tiempo lograron en tiempo record que Ratazzi que es bastante verborrágico entrara en un cono de silencio y que las suspensiones se suspendieran hasta después de las elecciones por lo menos. Hasta Hugo Yasky fue obligado a recular con sus declaraciones sobre la inflación después de una reunión que mantuvo con la presidenta.

Los editorialistas del diario Tiempo Argentino criticaron a Hugo Moyano por “regalarle títulos a la prensa hegemónica” y enseguida fueron felicitados por Cristina a través de twitter. Y eso que las críticas de Moyano fueron suaves, prudentes y en medio de camiones de elogios hacia Cristina, Néstor y el modelo nacional y popular. Pero no alcanza y ese es el peligro.

Cuando no alcanza con elogiar lo bueno y criticar lo malo y solo se pide subordinación y valor o saludo uno, saludo dos, los hombres se convierten en máquinas de simular, la mirada del otro deja de enriquecer, el discurso único aparece victorioso y la democracia respira con un pulmón menos. Un buen peronista criticaría esta columna por liberal y partidocrática y por no comprender el arte de la conducción vertical del justicialismo. Puede ser. Pero un buen periodista sabe siempre que la libertad es el principal combustible del sistema democrático. Y que, como decía el lema de nuestro gremio, “La peor opinión es el silencio”.