El silencio como una saeta en Semana Santa, solo era traspasado por el
 
aleteo de la gota chocando contra el asfalto, el pelo, las ropas o los paraguas.
 
Éramos si cabe, más dignos, más humanos, más hermanos. Algunos niños,
 
cubiertos por el plástico y un único grito a una pregunta que llegaba como un
 
eco en la lejanía: PRESENTE. Poco más. Algunos lamentaban la lluvia azarosa
 
e impertinente. Sin embargo era perfecta. Acústica y moralmente perfecta. ¿Se
 
puede limpiar sin el agua que ha sido río, helada pendiente, glacial, mar y luego
 
otra vez lluvia que antes fue nube? Cada uno de su madre y de su otra madre,
 
o de su padre y de su madre, o de sus pagos, o de su exilio o de lo que fuere,
 
cada uno era cada cual, familia al fin unida en el homenaje a un ser humano
 
que representaba a muchos otros que también padecieron y nunca nadie
 
recordó y que ya podemos afirmar, nos ha hecho mejores a todos. Incluso a los
 
que desprecian su memoria, pues con sus ignorantes palabras, han quedado
 
más aún en evidencia. Al frente una niña, morena, triste, adolescente...
 
Perdida. Sujetada por los hombros fuertemente de las  manos de su madre,
 
una Jueza del dolor. 
 
Conocí la noticia delante del espejo de una habitación de hotel en Bogotá.
 
Se me heló el alma. Una bala desconsiderada, se había llevado a un padre de
 
dos hijas, un hombre sencillo y fiscal defensor del estado de derecho de
 
profesión; alguien que buscaba la verdad sobre el atentado de la AMIA, que
 
sufrió el pueblo Argentino a manos se cree del terrorismo islámico. Ese
 
atentado sumaba una víctima más a su larga lista de desamparados. Una bala
 
les habían robado la voz a todos ellos. Es tan grave lo sucedido, tan
 
brutalmente grave, que Argentina no se quedará atrás en el cambio de
 
paradigma que azota el mundo. Y ha tenido que suceder algo terrible para que
 
muchos despertaran de su letargo, y entendieran que el poder lo tienen los
 
humildes habitantes de una nación, no sus representantes políticos. El
 
verdadero poder es tuyo, que ninguna bala o falta de conocimientos te deje sin
 
voz.
 
Nos escuchan desde muchos países, pido disculpas a los des informados,
 
pero aquí van a empezar a cambiar las cosas. Lo que se robaron los milicos, y
 
que hacía a estos hombres y mujeres intachables, fuertes, justicieros y
 
bondadosos, aquello que cantaron los poetas en sus tonadas o chamames, ha
 
de regresar al corazón de la República hecho eco sobre el silencio que el
 
pasado miércoles flotaba en el aire con las más hermosas palabras nunca
 
antes dichas y que nadie pronunció y sin embargo todos oímos.
 
La inocencia es legado prontuario de los niños, que todo lo creen. No es
 
esta la recta trayectoria de un adulto maduro. Este, ha de responder, indagar,
 
enfrentar, tomar decisiones, aprender y caer, pero levantarse de nuevo que un
 
nuevo amanecer se dibuja sobre el horizonte nuevo, nuevo de verdad. La
 
inocencia del adulto inocente y falta de recursos de un adulto tiene un nombre,
 
"falsa inocencia". Que no es otra cosa, que eludir respuestas y que otro asuma
 
mi vida.
 
¿Cuál es el mecanismo que consigue que una nación libre, deje de serlo
 
sin que apenas nadie se de cuenta? Que el Alceimer o la anestesia inhabilite a
 
sus congéneres: es ni más ni menos que "la falta de educación". Y aquí hay
 
mucho de esto. Es esta la mejor manera de controlar, desinformarte, guiarte,
 
infravalorarte, hacerte creer que todo vales y que los hay impunes. Pero la
 
hormiga, en una perfecta devolución se toma su tiempo impávido ante el pájaro
 
que cada día se la come... Pasados unos años, es ella la que termina
 
comiéndose al pájaro en su lecho de muerte.
 
La etapa escolar es posiblemente la que, junto con la familia, más nos
 
afecta para una adultez sana y responsable. Los fracasos escolares son de una
 
extraordinaria importancia, semillas para la formación de la vapuleada
 
autoestima. Las consecuencias de una vida profesionalmente gratificante
 
dependen en gran medida de las creencias, producto de las calificaciones que
 
obtuvimos sobre todo en nuestra infancia. No existen malos estudiantes sino
 
sistemas estancados. Las escuelas se han convertido en lugares de
 
aburrimiento, tedio y programación de personitas. Vivimos bajo un sistema en
 
el que el desarrollo curricular es infinitamente más importante que el
 
crecimiento creativo y personal. Y es que al sistema no le interesa en absoluto
 
que la gente se asuma. No quiere diferentes, nos quiere a todos iguales. Todo
 
cabe en una cuadrada estructura. Son cuadradas sus aulas, sus mesas y sus
 
libros. Y así se pasa, de la cuadratura de sus partes, a la rigidez de sus ideas.
 
De allí se pasa a ejercer la fiscalización de la creación y de las capacidades
 
personales. La mirada se convierte en parcial cuando dos personas distintas
 
realizan un mismo examen y son calificadas bajo los mismos parámetros.
 
¿Cómo se puede medir a dos sujetos o a cincuenta del mismo modo, cuando
 
cada uno es singular e irrepetible?
 
Los sistemas educativos están obsoletos. No cambian. La sociedad
 
evoluciona y los sistemas educativos, como bonsáis, permanecen
 
amordazados para enseñar a amordazar.  Al niño se le hace creer que es un
 
cuatro, un seis o un dos. En definitiva, se le imprime el sello de que es un
 
perdedor o un ganador… Y cuando hay perdedores, hay alguien que sufre. Se
 
nos ha educado para competir, no para compartir. Los niños no tienen
 
reconocimiento, tienen premios. No se educa para la paz, se educa para la
 
competencia. Y esta lucha por la supervivencia y por desear siempre lo que el
 
otro tiene, es el principio de cualquier guerra.
 
El sistema quiere que seas consumidor de lo que el sistema quiere que
 
consumas. Estas adoctrinado -y no lo sabes o no lo sabías-, para un
 
pensamiento único y oficialista. Poco importa en qué punta del mundo y en qué
 
sentido, disimulan con los colores, pero al final todos desembocan en el gris,
 
gris de la masa gris no desarrollada. El objetivo siempre es el mismo: no seas
 
libre... Y yo te pregunto, ¿hasta cuándo?