El abogado iba en bicicleta. Lo mataron a balazos. Revivió horas después del funeral en un video que había grabado antes de su muerte en el cual culpaba de aquello que pudiera ocurrirle al presidente de la República y su entorno: "Si usted está viendo este mensaje es que yo, Rodrigo Rosenberg Marzano, fui asesinado por el secretario privado de la Presidencia, Gustavo Alejos, y su socio, Gregorio Valdez, con la aprobación del señor Álvaro Colom y de (su esposa) Sandra de Colom". La acusación post mórtem hizo tambalear al poder político y económico de Guatemala, envilecido por una corrupción y una violencia endémicas. No era uno más entre los usuales 17 homicidios diarios.
Transcurría mayo de 2009. Un amigo de Rosenberg, Luis Mendizábal, vinculado con los servicios de inteligencia y la embajada de los Estados Unidos, se apresuró a distribuir las copias del video. Cumplía con la última voluntad del fallecido. El presidente Colom, de centro izquierda, aseguró que no había matado a nadie. La ciudadanía se movilizó. Pedía su cabeza. “La razón de por qué estoy muerto se debe a que fui el abogado de Khalil Musa y de su hija Marjorie, que fueron salvajemente asesinados también por el presidente Colom”, continuaba Rosenberg en su video póstumo. Musa, empresario textil, también había sido liquidado a balazos, con su hija, unas semanas antes.
De eso trata el documental La Guerra del Café (Rosenberg, la conexión), dirigido por el cineasta y periodista argentino Oscar Feito y producido por la Fundación Octubre y Caras y Caretas. Lo del café guarda relación con la pelea entre Colom, aupado por el voto rural, y los exportadores cafeteros, puntales de la economía nacional. El documental, nutrido de la puntillosa investigación periodística de Rafael Saralegui, deja entrever los costados flacos de las instituciones guatemaltecas, plagadas de deslealtades y de intereses encubiertos. Los testimonios hilvanan una trama atrapante no exenta de intrigas. Es el segundo documental de Feito en Guatemala: el anterior, Contra la impunidad, refleja las ejecuciones sumarias de presos en el penal Pavón.
Casualmente, al mes siguiente de la muerte de Rosenberg, un golpe militar tumbó al presidente de la vecina Honduras, Manuel Zelaya. ¿Era el destino de Colom? En algunos atlas, América Central es un solo país. En otros, América latina es un manchón sin división política al sur de los Estados Unidos. Cualquier parecido entre el caso Rosenberg y la sospechosa muerte del fiscal argentino Alberto Nisman en vísperas de denunciar a la presidenta Cristina Kirchner y su entorno por el presunto encubrimiento de iraníes en la causa por la voladura de la AMIA ha de ser pura casualidad, más allá de la distancia, de las diferencias entre ambos países y de las similitudes entre las personalidades de los abogados muertos.
Rosenberg, casado, iba a dejarlo todo por Marjorie. Era el amor de su vida. Planeaban un viaje de tres o cuatro meses al exterior e, incluso, la boda. Ella murió en forma accidental. La bala iba dirigida a su padre. Le dio de rebote. Rosenberg había intentado comunicarse vanamente con ella en el momento de su muerte, quizá para advertirle que algo podía sucederle. ¿Contrató Rosenberg a los sicarios ligados a la inteligencia militar y los grupos paramilitares que mataron a Musa, de origen árabe, renuente a convalidar la relación sentimental entre el abogado y su hija, y que, después, lo mataron a él? Eso concluyó la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig).
El brazo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a cargo del jurista español Carlos Castresana, liberó de culpa y cargo a Colom y acusó al muerto de haber ordenado su propio crimen. Estaba agobiado por “la desesperación y la frustración" y por "una situación anímica muy peculiar" tras el asesinato de Musa y, sobre todo, de Marjorie. “Espero que mi muerte sirva para que la gente se rebele”, dejó dicho Rosenberg. En el video, grabado por el periodista Pedro David García, acusado de golpista, alentaba una insurrección popular para derrocar a Colom. Finalmente, no prosperó.
 
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