El viento arrasador de Cristina Fernández de Kirchner le asegura virtualmente la reelección y la coloca a un paso de entrar en la historia grande de la política argentina. Porque ni Juan Domingo Perón ni Carlos Menem lograron instalar su apellido tres veces consecutivas en la presidencia de la Nación como marca registrada de un proyecto político.
 
Ayer nació oficialmente el “cristinismo” y su bautismo no pudo ser mejor. Sacó mas del 50%, es decir que superó la friolera de diez millones de votos, ganó en todas las provincias menos en San Luis, consiguió la victoria en distritos tradicionalmente adversos como Córdoba, Santa Fe y Capital y, como si esto fuera poco, se impuso en grandes ciudades de fuerte presencia de clase media urbana que la miraba con desconfianza y recuperó la empatía que tuvo en el 2007 con amplios sectores de la clase media rural que había perdido en el 2009 producto de la batalla por la 125. Un escenario inmejorable. Casi Perfecto. Inobjetable. Incluso se le podría agregar que del otro lado, en el terreno de la oposición, el raquítico empate técnico entre Alfonsín y Duhalde ni siquiera deja en pié la posibilidad de construir un liderazgo capaz de aglutinar el voto antikirchnerista.

Solo alguna situación totalmente impensada podría poner en riesgo los cuatro años más de gobierno que la mitad de los argentinos decidió renovarle a la presidenta. El discurso de Cristina reclamando “mas humildad que nunca” y su llamado a la unidad nacional potencian sus posibilidades para conducir nuestro país frente a las amenazas del tsunami económico internacional que en algún momento puede afectarnos. Como soy periodista, he sido y seguiré siendo crítico de muchas de las actitudes del gobierno nacional.

Sobre todo las que tienen que ver con la prepotencia, la utilización de la maquinaria estatal como si fuera propia y la tolerancia frente a flagrantes hechos de corrupción. Pero soy un convencido de que la soberanía popular es sagrada. Frente a eso hay que tener un gran respeto y estudiar las causas que llevaron a la mitad del país a respaldar a este gobierno. Aparece con mucha contundencia la creación de millones de puestos de trabajo registrados con los sueldos más altos de la región en medio de un crecimiento económico inédito y un consumo vigoroso que tampoco registra antecedentes.

Se venden actualmente 3.600 automóviles por día. En el primer semestre aumentaron en un 15% la venta de entradas al cine. Ni que hablar de las cuotas para los plasmas y del crecimiento de los cubiertos en los restaurantes, no solo en los más caros de Puerto Madero, también en los barrios populares del conurbano. Ese modelo productivo se evidenció virtuoso para combatir la desocupación aunque todavía hay un 40% de trabajo en negro y la pobreza sigue altísima y afecta a 3 de cada 10 compatriotas. Pero hay tres millones y medios de beneficiaros de planes sociales que sienten en carne propia un estado presente que no los abandona a suerte y que con la asignación para hijos generó la transferencia de recursos más importante hacia los sectores más pobres desde el retorno de la democracia.

Esto certifica un teorema que dice que es casi imposible que un oficialismo pierda una elección en plena expansión económica. La gente vota en defensa propia y mucho mas si advierte que no hay un dirigente opositor que les de garantías de ser una alternativa superadora que pueda solucionar las asignaturas pendientes. Esa tarea, por ejemplo quebrar la fuerte inequidad social donde el 15% se lleva el 65% de la torta, el pueblo resolvió encargársela a Cristina.

Los números lo dicen todo. La paliza que recibió la oposición, también. Hay una definición muy irónica de “corrupción” que dice que es esa porquería que se empieza a repudiar cuando comienza la recesión. Por eso es un tema que hoy ocupa el sexto lugar entre las preocupaciones ciudadanas actuales. La inflación alta es esterilizada por los aumentos en paritarias, la fuga de capitales es un tema de expertos y el autoritarismo solo impacta como drama entre los que trabajamos con las noticias y las opiniones.

El único problema serio de Cristina es la ausencia de un sucesor de su escudería para el 2015. Pero para eso falta muchísimo. Y tal vez por eso, en los primeros 100 días de gobierno se instale el operativo “Cristina eterna” con la idea de reformar la Constitución para permitirle un nuevo mandato. Pero esa es otra película. Ya habrá tiempo de analizarla. La realidad marca una verdad: más del 50% de los argentinos envió un mensaje sin dobleces. Convirtió a la presidenta en su esperanza para los tiempos que vienen. Y por eso Cristina fue un huracán de votos.