Esta semana, una nota del New York Times empezaba diciendo así: “Si usted quiere criticar al gobierno argentino asegúrese de que su declaración de impuestos este al día”.


Me dio cierta vergüencita ajena porque estaban diciendo algo muy peligroso para nuestra democracia: que se utiliza el aparato del Estado para castigar a aquellos que se atreven a expresar sus disidencias. Una república moderna debería fomentar que la gente diga lo que piensa con la máxima libertad posible.


Es una manera de que las instituciones respiren y una gran oportunidad para que los gobiernos corrijan sus errores. Insisto con el concepto: Cristina y cualquier presidente debería agradecer las críticas porque le dan la posibilidad de revisar sus comportamientos y decisiones.


Sobre todo porque de sus ministros y colaboradores solo recibe aprobación y obsecuencia. El “sicristinismo” se multiplicó hasta límites inexplicables. Muchos funcionarios nacionales hoy confiesan que no se atreven a plantearle problemas a la presidenta. Que los saca de su despacho a los gritos.


El propio Néstor lo decía: "no le llevan malas noticias a Cristina. No las soporta. Solo acepta elogios y piropos". Tal vez por eso tiene reacciones intolerantes como utilizar los servicios de inteligencia o la AFIP como instrumentos de castigo. Primero los usa como si fueran de su propiedad.


Tal vez lo son y en la próxima declaración patrimonial aparece la quinta de Olivos entre los hoteles, casas y departamentos que tiene la presidenta. ¿Cuándo la habrá escriturado a su nombre? ¿En que inmobiliaria habrá hecho la operación? Lo pregunto con intención porque el empresario inmobiliario que no había presentado su declaración de ganancias desde 2008, todavía está asustado. Una aclaración necesaria: creo que la gente que no paga los impuestos comete delitos y debe ser castigada con todo el peso de la ley. Pero ese es tema para otra columna.



Aquí quiero decir que ese señor fue escrachado públicamente por cadena nacional por la máxima autoridad de la Nación. ¿Qué pecado cometió? Dijo una verdad más grande que la Casa Rosada. Que la actividad inmobiliaria está casi paralizada, algo que cualquier persona sabe y puede comprobar en su barrio.


Esto es lo grave: que se persigue la opinión. Siempre rescato la vieja consigna del gremio de los periodistas:”La peor opinión es el silencio”. Por algo la dictadura decía “El silencio es salud”. Intentar amordazar o silenciar a una sociedad es un delito de lesa libertad y además, es absolutamente inútil. Con todas las posibilidades que abren las nuevas tecnologías y las redes sociales la censura hoy, es poco menos que imposible.


Pero allí fueron los soldados de la AFIP para bloquear el funcionamiento de la inmobiliaria del señor que se atrevió a decir una verdad. Lo mismo le pasó a la panadería de la señora que lidera el comedor popular de Tucumán desde donde hizo su programa Jorge Lanata y a muchos periodistas que no se rinden.


Escuche esto por favor porque es insólito: hay cronistas deportivos que aseguran que Juan Martín del Potro les comentó que un día le llegó una brigada de inspectores de la AFIP a las empresas familiares que tiene en Tandil. ¿El motivo? Se había negado el día anterior a ir a visitar y sacarse una foto con la presidenta en la Casa Rosada después de un resonante triunfo deportivo. “Delpo” no quiso ir porque su familia y su pueblo están muy ligados a la producción agropecuaria que se siente siempre muy castigada por el gobierno nacional.

Sin ir mas lejos, a la muestra de la Rural le sacaron la policía federal como en su momento lo hizo con la marcha de Hugo Moyano. Ya se sabe que la policía también es un bien ganancial.


Los servicios de inteligencia juegan un rol parecido. Muchos jueces lo padecen en los pasillos de tribunales. Hasta Alberto Fernández convertido en un traidor fue escuchado en su teléfono. Muchos periodistas y opositores dicen que no pueden hablar con tranquilidad porque están convencidos que son espiados.


Los empresarios tienen pánico a que los llame Guillermo Moreno porque tiene demasiada información de sus vidas privadas. En su momento tanto Cablevisión con la Gendarmería y el diario Clarín con la AFIP recibieron la visita de los muchachos. La intención siempre es la misma. Meter miedo, intimidar. Actúan como la Gestapo, dijo el senador Ernesto Sanz. Y el miedo es el veneno que contamina la sociedad democrática.


Gracias a los periodistas que lo denunciaron la presidenta pudo solucionar el cierre de un frigorífico en La Pampa o frenar los controles de la tarjeta SUBE que estaban atravesados por la corrupción.


Lo mismo pasó con el estafador y perverso Sergio Schoklender. Si hubiera sido por la maquinaria oficialista de propaganda, ni la sociedad ni la presidenta se hubieran enterado de estas groserías. Se ataca y estigmatiza a quien no se somete a las órdenes del poder central. El otro día en el Mercado Central, la presidenta le hizo una adivinanza.


¿Cuál es el mes que menos se quejan los productores agropecuarios? ¿No saben? Febrero porque tiene 28 días. Risas y aplausos de los reidores y los aplaudidores y una aclaración que oscurece: fue una bromita, una bromita, dijo la presidenta. Lo verdad es que un estado que se dedica a castigar y estigmatizar a los que piensan distinto no es ningún chiste. Y debe ser denunciado