Fue muy impactante ver a la presidenta despojada de su blindaje habitual. Cristina quedó demasiada expuesta en su fragilidad sin la escenografía que la protege. En las universidades norteamericanas no estuvo la brigada de aplaudidores oficiales ni los muchachos de La Campora para recordar que son los soldados del pingüino o de Cristina. Todo lo contrario. Estaban los estudiantes del comando de preguntadores destituyentes y bilingues de la cadena del miedo. Ocurrió algo insólito.

Por primera vez en su vida, la presidenta tuvo que asistir en persona a algo terrible. La concurrencia académica aplaudió las preguntas incisivas de los pibes y no las respuestas de SuperCristina como ocurre en la Casa Rosada.
 
Fue el peor momento de la presidenta en los Estados Unidos. Quedó descolocada, se salió de su eje. No entendía lo que estaba pasando. Esta muy acostumbrada a controlar todo y que nadie la controle a ella. Siempre está en su atril, como en un altar, apelando al monólogo.

No frecuenta demasiado el diálogo que es la relación democrática por excelencia. Sus discursos siempre son un viaje de ida. Ella habla y los demás escuchan. Lo dijo una vez con toda claridad Carlos Zannini: “A la presidenta no se le habla, se la escucha. Y luego se ejecutan sus órdenes”. Verticalismo para todos y todas. Por eso se vio a una presidenta enojada, altanera, y sobradora que eligió retar a los que preguntaban. Los amonestó porque gastaban demasiados dólares en lo caro que está la universidad más prestigiosa del mundo. En lugar de celebrar que haya muchachos argentinos capacitándose en la excelencia educativa, les pasó la factura porque tienen mucho dinero y estudian en Estados Unidos.

No pensó que era la misma situación de su hija Florencia que estudiaba cine en uno de los lugares más caros del mundo, en el corazón de Nueva York. No quisiera estar en los zapatos del responsable de las dos participaciones estelares de Cristina en las universidades.

No esta claro si fue Héctor Timerman o Juan Manuel Abal Medina. Alguno organizó semejante tiro que salió por la culata. La irritación que mostraba el rostro de la presidenta y que no podía ocultar fue antológica. Algo se quebró en su imagen. No estaba preparada para contestar simples cuestionamientos que ni siquiera tenían repreguntas. Estuvo obligada a escuchar cara a cara consultas que en Argentina se niega a escuchar. Tuvo que apelar a mentiras descaradas y en algunos casos preocupantes. Decir que da entrevistas a los periodistas es como decir que Perón era radical y que nació en Inglaterra. Una cosa es mentir un poco sobre ideas para disimular o potenciar algo. Y otra cosa es negar lo evidente.

La única realidad que es la verdad. Dijo que no había una inflación de más del 20 por ciento o que el cepo cambiario es un invento de los medios. Aseguró que su fortuna es producto de su exitosa gestión como abogada. No explicó que el primer tramo de su carrera a millonaria estuvo dedicado a ejecutar a gente sencilla que no podía pagar las cuotas de la casa que había comprado. La negación de la sensibilidad política de un militante. Muchos llegaron a utilizar una palabra tan terrible como usura.

Tampoco dijo nada de la suerte que tuvo en la compra de amplios terrenos a precio vil en El Calafate que luego en algún caso vendieron por dos millones de dólares. En Twitter, muchos se estremecieron y lo escribieron en 140 caracteres cuando la presidente le preguntó al pibe preguntón de que lugar de San Juan era. “Ahora le manda la AFIP” fue el comentario mitad en broma y mitad en serio. En el colmo del papelón, la presidenta dijo que las preguntas eran poco académicas, muy pobres.
 
Menos mal, decían los twitteros. Menos mal que las preguntas eran sencillas. Si la presidenta quedó tan mal parada con algo tan pobre, ¿Qué hubiera ocurrido frente a preguntadores más profesionales que podrían haber acompañado las preguntas con algunos documentos probatorios como las declaraciones juradas de la presidenta, por ejemplo? Lo mas grave fue que en el momento de mayor confusión, Cristina, tuvo una frase discriminatoria respecto de los que estudian en la universidad de La Matanza. Daniel Martínez, el rector confesó que la declaración le causo dolor y que fue una frase desafortunada. Esa es la palabra. Desafortunada. Asi fue la participación de la presidenta en las universidades norteamericanas. Descontrolada. Asi es como todos la pudimos ver.