En coincidencia con el hallazgo del cadáver del fiscal argentino Alberto Nisman, en la madrugada del lunes 19 de enero de 2015, en su departamento de Buenos Aires, Israel liquidó al jefe del Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbollah) en los Altos del Golán, Jihad Mughniyeh, apañado por Irán. Su padre, Imad Mughniyeh, muerto en Damasco, Siria, en un atentado atribuido al Mossad y la CIA, en 2008, había sido señalado por Nisman como uno de los responsables de la voladura de la mutual judía AMIA. También tenía una orden de captura, librada por Interpol, por el atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires, en 1992.
Sobre el fiscal Nisman, fallecido de un balazo en la cabeza poco después de las marchas en Francia contra el terrorismo con el lema “Je suis Charlie” y un día antes de su presentación ante una comisión de la Cámara de Diputados de la acusación contra la presidenta Cristina Kirchner y sus allegados por el supuesto encubrimiento de Irán en el atentado contra la AMIA, perpetrado en 1994, pesaba una fetua. La había rubricado el líder supremo de Irán, Ali Khamenei, cuyo poder, según la Constitución de la república islámica, supera al del presidente de turno.
“Fetua, mejor que fatua o fatwa, es la palabra apropiada en español para referirse a las decisiones de los muftíes o especialistas en la ley islámica que pueden tener fuerza legal”. La recomendación de la Fundación del Español Urgente cobró valor en París con la masacre en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo y la toma de rehenes en una tienda de comida judía por el recuerdo, en esos tres días de terror, de la condena a muerte que sobrellevó el escritor Salman Rushdie, autor de “Los Versos Satánicos”, entre 1989 y 1998. La había dictado el ayatollah Ruhollah Khomeini, fallecido en 1989.
Horas después de las muertes de Nisman y de Mughniyeh, despedido con el féretro envuelto en la bandera amarilla de Hezbollah durante un funeral multitudinario en Beirut, Barack Obama defendió en su discurso anual sobre el Estado de la Unión ante ambas cámaras del Congreso, dominadas por la oposición republicana, las negociaciones diplomáticas con Irán en rechazo a aplicarle más sanciones o declararle la guerra. Casi de inmediato, el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, invitó al Capitolio al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, sin informarles a Obama ni a sus pares demócratas.
La visita a Washington de Netanyahu, partidario de la línea dura contra Irán, será dos semanas antes de las elecciones en Israel, previstas para el 17 de marzo. Ese día se cumplirán 23 años del atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires. Será una ingrata coincidencia. Netanyahu, candidato a la reelección, no será recibido por Obama. "Creo que es inoportuno”, se excusó el presidente norteamericano. El mensaje del primer ministro israelí, cuya relación con Obama se ha caracterizado por ser tensa, será instar a los Estados Unidos y otras potencias a no negociar un acuerdo con Irán por su programa nuclear.
En la campaña electoral, Netanyahu lidia con su ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, empeñado en una “respuesta desproporcionada” contra Hezbollah, al igual que, en 2014, contra el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) en la Franja de Gaza. El destinatario siempre es Irán, el único Estado islámico de la región establecido gracias a una revolución. Hezbollah y Hamas, como Vladimir Putin, respaldan al presidente de Siria, Bashar al Assad, en guerra desde 2011 contra el Frente Al Nusra (rama siria de Al-Qaeda), enfrentado, a su vez, con el grupo Estado Islámico (EI), que domina parte de su territorio y de Irak. Paradójicamente, Israel, aliado de los Estados Unidos, comparte enemigos con Al-Qaeda.
  Desde la revolución de 1979, Irán, líder de los musulmanes chiitas, rompió con los Estados Unidos, cuyo socio más confiable en la región pasó a ser Arabia Saudita, líder de los musulmanes sunitas. En 2008, el rey Abdulá de Arabia Saudita, fallecido a los 90 años de edad en los mismos días que Nisman y Mughniyeh, imploró a los Estados Unidos que “cortara la cabeza de la serpiente”. Traducido: que bombardeara las instalaciones nucleares de Irán. Al año siguiente, el ayatollah Khamenei proclamó la reelección amañada de Mahmoud Ahmadinejad mientras brotaban protestas en las calles. Las reprimieron con saña y alevosía.
En 2013, durante su investidura como presidente de Irán, Hassan Rouhani insinuó que el diálogo iba a sacar a su país del aislamiento y de la confrontación, profundizados durante el gobierno de Ahmadinejad por las discrepancias originadas por el programa nuclear y por sus nocivas arengas contra Israel. Netanyahu, defraudado por la incumplida amenaza de Obama y de sus pares occidentales de bombardear Siria para tumbar a Assad, resultó ser el más escéptico frente a esa actitud conciliadora de Irán. La tildó de “trampa de miel”.
La mala relación de Obama con Netanyahu es pública y notoria. En noviembre de 2011, durante la cumbre del G-20 realizada en Cannes, Nicolas Sarkozy le confesó en un susurro a Obama: “No lo puedo ni ver. Es un mentiroso”. Lejos de defender al primer ministro israelí, al cual se había referido con total desparpajo el presidente francés, su par norteamericano asintió: “Tú estás harto de él, pero yo tengo que trabajar con él todos los días”. El diálogo se filtró por un micrófono abierto. Ambos pagaron el precio del descuido: el sitio digital Arrêt sur Images, especializado en medios de comunicación, ventiló los pormenores.
El gobierno israelí se abstuvo de comentar los desatinados juicios sobre su primer ministro. Prefirió pasar página. Cuatro meses después, Netanyahu recogió en la Casa Blanca el premio mayor. “Los Estados Unidos siempre le cubrirán las espaldas a Israel”, declaró Obama. Su visitante, al cual acompañó en la conferencia del Comité de Asuntos Públicos Americano Israelí (AIPAC), había dicho: “Israel tiene el derecho soberano de tomar sus propias decisiones”. Más importante que rebatir las imprudentes observaciones sobre su persona era obtener la luz verde para un ataque contra Irán, de modo de paralizar su programa nuclear.
Obama, entre la espada y la pared por su afán de ser relegido en noviembre de 2012 y los perjuicios que podía ocasionar a Europa una escalada militar contra Irán, procuró descafeinar sus dichos con la posibilidad de “una solución diplomática de este conflicto”. Entonces gobernaba Ahmadinejad. En Irán, ningún presidente actúa por cuenta propia. La Constitución establece como responsabilidad del ayatollah "delimitar las políticas generales de la República Islámica de Irán, previa consulta al Consejo de Exigencia de la Nación".
En esta “nueva Guerra Fría”, como la definió William Hague, ex ministro de Asuntos Exteriores británico, Irán acusó a Israel y los Estados Unidos de asesinar a sus científicos nucleares y de “crear fisuras” entre persas y árabes; Israel acusó a Irán de estar detrás de los atentados contra sus embajadas en la India, Tailandia y Georgia, y los Estados Unidos acusaron a Irán de haber contratado a un experto en explosivos del cartel mexicano de los Zetas para volar un restaurante de Washington y matar al embajador de Arabia Saudita, así como para atentar contra la Embajada de Israel.
En el ínterin recrudeció el terrorismo islámico en Europa y murió sospechosamente el fiscal argentino que investigaba el presunto encubrimiento de Irán en el atentado el cual murieron 85 personas en los noventa. Entonces, Rouhani prestaba servicios en el Ministerio de Inteligencia de Irán (llamado Vevak) y el presidente de la Argentina era Carlos Menem, de origen sirio. En el ínterin, también, resultó abatido un líder de Hezbollah en un territorio que perteneció a Siria hasta la Guerra de los Seis Días y falleció de causas naturales el rey de Arabia Saudita. Son cabos sueltos, puras coincidencias.
 
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