Esta columna está dedicada a todos los jubilados que no se resignan.

Le pido que escuche con atención. Es la historia de un jubilado y por lo tanto de todos los jubilados. Hoy se cumple un mes de la muerte del doctor Aron Schvartzman. Tenía 104 años recién cumplidos. ¿Escuchó bien? Repito: murió con 104 años recién cumplidos y rodeado del amor y el respeto de toda su familia. La vida de Aron fue ejemplar por donde se la mire. Nunca dejó de ser un médico cirujano sacrificado y al servicio de sus pacientes. Una vez que se jubiló se puso a trabajar gratis como asesor en el Hospital Fernández. A transferir sus conocimientos y experiencia y a utilizar su tiempo libre en una actitud solidaria.

El doctor Aron Schvartzman tenía una mente brillante. Fue campeón argentino y sudamericano de ajedrez hasta que se retiró invicto después de 17 años. Movía los trebejos con la precisión de un cirujano. Y operaba a los enfermos con la inteligencia de un ajedrecista. Siempre mirando lo que venía, varias jugadas hacia delante. Así fue como se hizo querer tanto en el mundo de los tableros y como en los quirófanos. El doctor Schvartzman cometió un solo pecado en su vida: querer cobrar una jubilación justa después de 100 años de sacrificio y esfuerzo. Cometió el pecado de creer que los funcionarios de gobierno o la ANSeS tenían la sensibilidad suficiente como para comprender que estaba haciendo un reclamo justo de toda justicia. Pero le cerraron las puertas. Lo demoraron todo lo que pudieron. Tuvo que ir a la justicia como tantos miles de jubilados para exigir lo que le correspondía, el ajuste de sus haberes conocido como “El caso Barado” que aprobó la Corte Suprema de Justicia.

Tuvo que ir a los tribunales para que le pagaran lo que se había ganado en buena ley. Después de penar por tantos expedientes y de presentar papeles y papeles, le ganó el juicio al organismo previsional. No era una fortuna. No iba a ser un jubilado millonario. Pasaría a cobrar seis mil pesos por mes y venía cobrando 4 mil. Pero la sentencia favorable no se ejecutó de inmediato. La ANSeS la fue bicicleteando, la congeló inexplicablemente. Y eso que Aron ya había pasado los 100 años y que estaba enfermo. Para la ANSeS eso no importó demasiado. Para ellos seguramente el doctor Aron era apenas un número en una planilla, otro expediente que tienen que cajonear. Como dijo uno de sus parientes. Parece que se creen que los jubilados van a vivir 200 años. No se dan cuenta que son los únicos que no pueden esperar. ¿O lo hacen a propósito esperando precisamente eso, que el viejito, que nuestros viejos, o nuestros abuelos se mueran sin que le reconozca lo que se ganaron con sangre, sudor y lágrimas? No piden ningún privilegio. No piden ninguna prebenda. Reclaman lo que es suyo. Y lo que la ley asegura que es suyo.

El periodista Ismael Bermudez se ocupó mucho de este tema en Clarín. Las redes sociales se encargaron de multiplicarlo hasta el infinito y presionar a la ANSeS que había demorado dos años para enviar el reclamo administrativo al juzgado. Una vergüenza y una humillación. Hasta que hace cuatro meses, un día milagroso, don Arón Schvartzman, el brillante ajedrecista, el eximio cirujano, el patriarca de la familia, el vecino ejemplar, el ciudadano destacado por la Ciudad de Buenos Aires, recibió la notificación de que el trámite había terminado. Aron sintió la satisfacción de los que no se rinden. De los que luchan toda la vida. El sabía que no iba a tener demasiado tiempo para “disfrutar”, entre comillas, ese aumento de sus ingresos.

De hecho no lo tuvo. Pero era la felicidad por haber conseguido algo merecido. Para él y para los demás jubilados. Para que nadie bajara los brazos. Para combatir la resignación. Hoy hace un mes que el corazón del cirujano dijo basta. Las neuronas del ajedrecista entregaron la reina. El viejo y querido don Arón fue llorado y despedido por su familia. Pero su lucha sigue viva. Porque es un ejemplo para todos los jubilados. Para que no se den por vencidos. Por eso siempre me gusta repetir esto:

El que humilla a los jubilados se humilla a sí mismo. A sus antepasados, a los que lo parieron. A la sangre de su sangre.

No se los puede condenar a ser ciudadanos de segunda. Si no es por solidaridad que por lo menos sea por temor. Porque todos vamos hacia allá. Mas temprano que tarde todos vamos a ser jubilados. Un jubilado es una foto de nuestro futuro. Caminan lento pero saben bien hacia donde van. Hablan despacio pero con una profundidad impresionante en sus conceptos. Escuchan menos pero saben a quien deben escuchar. Piden poco. Dignidad para sus manos callosas, respeto para sus espaldas partidas, consideración por sus cabezas blancas. Piden lo que pedimos todos: justicia. ¿Es demasiado? ¿O ser viejos es un pecado?. Viejos son los trapos y ellos son los únicos que no pueden esperar. A la memoria de don Aron. Que en paz descanse.